Siguiendo con nuestra serie de estudios sobre las profecías bíblicas y los eventos futuros, hemos escogido El sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia, para continuar explayándonos en el interesantísimo y apasionante tema del pronto retorno de nuestro Señor y salvador Jesucristo, para levantar su gloriosa iglesia en lo que se conoce como El rapto o arrebatamiento de la iglesia, y luego su aparición visible sobre la tierra en lo que se llama su 2° venida en gloria para establecer su reino inconmovible en nuestro planeta en lo que se denomina el Milenio.
El libro de Daniel, incluido en los llamados “profetas mayores” escrito unos 536-530 años a.c. ha suscitado el interés de casi todos los círculos teológicos por el profundo contenido profético que posee, y por su lenguaje metafórico tan similar al lenguaje apocalíptico. El pasaje sobre el sueño de Nabucodonosor es una revelación divina que nos proporciona en riquísimos detalles, una cronología perfecta desde el año 580 a.c. hasta nuestros días actuales, y aun más, hasta el tiempo en que el Dios del cielo establezca su idílico reino teocrático sobre la tierra.
En el siglo VI a.c. los judíos, el pueblo de Dios, estaban cautivos en Babilonia por los caldeos, el Todopoderoso los había sometido al yugo babilónico por sus pecados, sus idolatrías y su infidelidad espiritual (Jeremías 39:1-8). Israel, la nación santa y apartada por Dios, se había prostituido, transgredido en forma permanente la ley y había sembrado su propia corrupción. Jehová el Señor, tuvo que castigar a su nación y permitió que los Caldeos invadieran su ciudad, mataran gran parte del pueblo, destruyeran el templo y enviaran un grupo de judíos al exilio por 70 años. Pero al mismo tiempo es tan grande la gracia divina y la misericordia de Dios, que les prometió su restauración para un tiempo futuro; Israel volvería a ser nación, y es más, muy pronto gobernaría el mundo entero, bajo la dirección del Mesías prometido, el ungido de Jehová, el hijo de David, el vástago de Isaí, el Siervo de Dios, el Salvador de la nación, quien será la cabeza de este futuro y glorioso reino restaurado, la esperanza de Israel como dijera el anciano Simeón años más tarde cuando tomo al niño Jesús en sus brazos; “Y he aquí, había un hombre en Jerusalén, llamado Simeón, y este hombre, justo y pío, esperaba la consolación de Israel: y el Espíritu Santo era sobre él. Y había recibido respuesta del Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Cristo del Señor. Y vino por Espíritu al templo. Y cuando metieron al niño Jesús sus padres en el templo, para hacer por él conforme á la costumbre de la ley, Entonces él le tomó en sus brazos, y bendijo á Dios, y dijo:
Ahora despides, Señor, á tu siervo, Conforme á tu palabra, en paz; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has aparejado en presencia de todos los pueblos; Luz para ser revelada á los Gentiles, Y la gloria de tu pueblo Israel. Y José y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de él. Y los bendijo Simeón, y dijo á su madre María: He aquí, éste es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel; y para señal á la que será contradicho; Y una espada traspasará tu alma de ti misma, para que sean manifestados los pensamientos de muchos corazones” Lucas 2:25-35.